Mi Princesa
El cielo anaranjado ,marciano e irreal, ilumina tenuemente, como una bombilla de esas que elegimos para saber donde pisamos pero que no molestan ni deslumbran. Mi patio es el territorio extraterrestre donde convive la vegetación polvorienta del desierto. Y llueve, por fin llueve. Me gusta tanto la lluvia…
Desprende el mejor de los perfumes. Obliga a la gente a recogerse bajo el paraguas como los pajaritos bajo las ramas, cautos y temerosos, esperando que campe la tormenta para desplegar las alas. Puede ser que me haya acostumbrado al silencio después de estos meses de encierro y la lluvia me acerque de nuevo al refugio, a este nuevo planeta rojizo en el que reina el silencio de mi respiración, en el que prefiero no oír nada.
Creía haber vivido la locura, la incertidumbre y el miedo, y ahora veo que solo eran insignificantes despropósitos frente a lo que me rodea.
¡Me parece todo tan absurdo en este día nublado!
Las hojas inmóviles de las cintas y la costilla de Adán parecen dibujadas tras la reja blanca. Me asomo al balcón y mi asombro crece. La radiografía de los árboles desnudos con sus ramas enmarañadas no me dejan ver más allá. Las calles desiertas. El cielo vacío de pájaros.
La lluvia empuja el barro del desierto y aprisiona el horizonte. Todo parece encogido, aplastado , hasta el olor del agua sobre el asfalto enterrado bajo los miedos que afloran, esos que creía olvidados.
Mi pensamiento viaja con el polvo hasta la playa donde un día hace ya diez años volaste hermana entre la brisa y la arena a esconderte en las dunas, y me pregunto porqué la vida elije con la varita el destino. Porqué después de tanto tiempo me derrumbo ante el recuerdo. Porqué hay una clase de dolor que el tiempo solo cubre de polvo igual que aquel día frente al mar, y unas gotas saladas son capaces de desenterrar bajo mi pecho un dolor mas pesado que mil playas; o puede que mas doloroso, porque he tenido tiempo para pensar en que me equivoqué, y sé que ese tiempo no me devolverá la oportunidad de encontrar los granos perdidos para construir un castillo para ti, princesa, ni un foso para protegerte de tanto desierto.
No puedo controlar las mareas, no puedo dominar el viento, no puedo arremolinar esos granos para cincelar con mis manos tu cara, tu voz, tus manos, tu cuerpo, y como Merlín, elevar los brazos no para lanzarte y dejarte volar, sino para recogerte con los míos y darte forma de nuevo no solo en mi corazón; ahí ya te construí una fortaleza hace tiempo…
No tengo ese poder. No lo tengo. Por eso, lo siento tanto…tanto…tanto…Lo siento.
Te recordaré siempre jugando a las paletas en la playa.
¿Recuerdas? Llorábamos de risa. Aunque estábamos agotadas y no queríamos seguir, la devolvíamos de casualidad, ni siquiera mirábamos la pelota; la gente nos miraba y reía con nosotras. Terminamos tiradas en la arena, la misma arena que ahora te esconde.
Así fueron nuestros mejores días, aquellos en los que reíamos por nada.