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Volviendo a la niñez

Caminaba despacio, con esfuerzo y dificultad. Con andar desigual, el cuerpo oscilaba como un péndulo. La cadera agotada se desplomaba mientras exhalaba cansancio y lentitud.

Hacía tiempo que los pies se habían desparramado sin control dentro de los zapatos provocando oquedades y relieves imposibles.

Desde lejos resaltaba por el inexplicable y llamativo  estampado del vestido, como el de la casaca de un jockey sin caballo. Bajita, rechoncha, con el pelo escaso y las manos hinchadas avanzaba por la acera concentrada en llegar sin prisa.
Aunque pasaba inadvertida a los transeúntes, ella lanzaba andanadas de miradas sin destino. Quizás, entre asustada y sola, buscaba sin conseguirlo que su mirada huérfana encontrara unos ojos que le devolvieran la confirmación de su existencia.
Una muchacha se acercaba casi encarándose, pero tan absorta y concentrada en mirar el móvil, que solo levantaba la cabeza para evitar chocar. Como en un duelo de caballeros pero sin armas, esquivó aquel bulto bajito. De repente, la mezcla del olor a rancio y a colonia barata le devolvió por un instante el abrazo de la niñez. Aquellas caricias regaladas. Cuentos, cariño, dedicación y tiempo. Tanto tiempo…

El mismo que había pasado ya.

Olor a Heno de Pravia, olor a guiso invadiendo con contundencia la casa junto al inseparable sonido del pitar de la olla exprés confundido con el ruido de la radio y la televisión encendida en su honor, pero tan bajita—como aquella mujer—, que casi no la escuchaba.
A tardes de invierno, acurrucada bajo la falda de la mesa camilla mientras merendaba pan con mantequilla, galletas o chocolate. Aquel olor la paralizó. Sintió la necesidad de salir corriendo y abrazarla para decirle como le agradecía su tiempo, ese cariño y dedicación, el sacrificio y su existencia, pero ambas siguieron su camino. Solo se tocaron un instante mágico e irrepetible en el que dejaron de ser invisibles.

Ella giró la cabeza para buscar sus ojos, mientras aquella mujer sin nombre, pequeña y anónima le sonrió con ellos; y las dos se regalaron lo más precioso, un segundo de su tiempo ,que sin esperarlo, se volvería para siempre eterno en sus recuerdos, porque ella se sintió menos huérfana y aquella solitaria mujer, menos sola.

Mar Martínez

@marprojo

Lo(s) que nos estamos perdiendo…

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