Saltar al contenido

Con...tacto...

Últimamente escucho y leo acerca de los cursos de resiliencia y gestión emocional. Nos enseñan cómo desarrollar esa resistencia como si fuese la panacea, el árbol del pan al que acudir cada vez que nos enfrentamos a un fracaso o carecemos de la conciencia crítica necesaria para afrontarlo.

Al final como el proverbio:

“Si tienes un problema y no tiene solución, para qué te preocupas; y si tiene solución, para qué te preocupas”, terminan adaptándose convencidos de que ese era su destino.

O con el mágico “Si quieres, puedes”, que no es más que un engañabobos que impide analizar la realidad objetivamente para buscar la verdadera raíz del problema.

Querer, no es poder. Intentarlo y no conseguirlo, no es fracasar. Rodearte de “felicidad”, no te permite ver el dolor que está ahí y que es tan real como la enfermedad, la muerte o la maldad. Reconocer el fracaso o el malestar e identificar el origen es humano y necesario, pero no para huir mirando al espejo. No para confundir el reflejo con aquello en lo que nos queremos convertir, sino para ver la realidad que vivimos, para ver lo que somos.

No soy filósofo ni psicólogo, pero desde mi experiencia, he aprendido más de las decepciones y de los errores en estos últimos años que en toda mi vida.
Durante años viví en ese mundo color. Allí era impensable la maldad gratuita. Creía firmemente en los principios que analiza el filósofo Carlos G. :

El neoestoicismo (“aprende a adaptarte”), la autoayuda (“una crisis es una oportunidad para crecer”) y la gestión emocional (“modula tus reacciones”). Soluciones que según él, son útiles en momentos puntuales, pero que a veces impiden cuestionar la realidad y pensar las causas de ese malestar.

En todas las sociedades conviven personas sensibles, humanas, duras, violentas, débiles, cariñosas, alegres, con tendencia a la depresión o con problemas alimenticios. Somos un Arca de Noé cargada de débiles y depredadores animales racionales. Y creo que sí. A veces hay que gritar para ser escuchado, hay que resistirse a la opinión de la mayoría, a riesgo de ser considerada “rara”, y no creo que haya «crecido» después de todas las crisis; de hecho, algunas me han cambiado. Sencillamente, porque carecía de las herramientas y de esa visión crítica para sacar las conclusiones acertadas.

Incluso aquellos que consiguen que se abran los cielos y deje de llover, no lograrán jamás que se detengan las mareas, las resacas y los torbellinos.
No sé si he aprendido lo que debía aprender, pero soy capaz de gestionar mis desastres. Soy capaz de mirarme al espejo y verme. No diré todo lo que veo porque nos llevaría una vida, pero si diré que he encontrado en el silencio un poderoso aliado. Me he rodeado de todo lo que consigue que lo interprete. Las palabras. Las que leo y escribo. Con las que aprendo. Con las que escribo y espero que comprendáis el sentido de lo que pienso.

De cualquier forma, continuo adelante. He tendido puentes dinamitados, como en el río Kwai, y sigo siendo la mujer humilde y risueña que era  a pesar de todo, la que ha aprendido lo más importante, a no tener miedo. Parafraseando a Pessoa, a conservar mis sueños aunque sean imposibles o triviales; incluso a que me los cambien, si con ello nunca me quitan el don de soñar.

«He aprendido que el alma es un manantial que sólo se revela en lágrimas. Hasta que no se llora de verás no se sabe si se tiene o no alma». Pero en eso, mi querido Unamuno, soy toda una maestra. Con las lágrimas he navegado en mi Arca repleta de especímenes que no merecían ser salvados.

Y he aprendido del amor, “el amor es en efecto un fuego escondido, una herida agradable, un veneno sabroso, una dulce amargura, una enfermedad deleitosa, un suplicio agradable y una muerte apacible”.

Si Francesco Petrarca dijo esto en “Remedios para la vida”, ¡quién soy yo para contradecirlo! Me quedo con la definición Aristotélica del amor, el encuentro de dos personas nobles que se hacen mutuamente el bien. Pero yo añadiría, como decía Nietzsche, que a veces es como navegar en el “Arca” (perdón por la adaptación al texto) achicando agua continuamente, porque sería igual que vivir con el ser que vive del amor sin dar amor. Y yo me pregunto, ¿acaso no nos hemos comportado alguna vez como un parásito?

¿Quiénes son esos nuevos gurús para “obligarnos” a conformarnos? En este mundo estresado nos venden esas mágicas soluciones; pensamientos positivos, tu puedes…, que en muchos casos solo adaptan y auto limitan la libertad.

No. Me rebelo. Unos días nadaré en agua salada, y otros días probablemente me arrastrará la marea y embarrancaré. Pero con…tacto… no dejaré que se alejen sin rumbo aquellos que son o han sido importantes en mi vida. Porque quererme no es odiar. Porque, que no me quieran, no es olvidar. Porque traicionar mis raíces y mis sentimientos sería traicionarme a mí. Porque como dijo el escritor Pablo Arribas: “Existen tres formas de querer: con la cabeza, con el corazón y con la tripa. En la cabeza querer se llama preferir; en el corazón, amar; y en la tripa, desear”. 

Siguiendo tu propio criterio, el tuyo, al margen de las modas, ¿con qué parte de tu cuerpo quieres tú?

Yo dejaré mi respuesta  flotando a la deriva…

 

Mar Martínez

@marprojo

“Existen tres formas de querer: con la cabeza, con el corazón y con la tripa. En la cabeza querer se llama preferir; en el corazón, amar; y en la tripa, desear”.

                                                           Pablo Arribas

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: ¡¡!El contenido está protegido!!