Saltar al contenido

El amor

 

Me suele pasar. Los días rojos debería prohibirme escribir. Aflora esa parte sarcástica y lineal que me impide sacar lustre hasta las cosas más insignificantes. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para que los músculos tiren de mis labios y esboce una mueca de sonrisa.

Los días rojos. Escuché la frase por primera vez en la película Desayuno con diamantes. Holly los explicaba con la naturalidad de formar parte de su desordenada vida.

Me pareció una definición fantástica. En esos días, hagas lo que hagas, aunque tengas una predisposición al cambio; aunque concentres todo tu interés en cambiar ese chip, el rojo te envuelve como un lazo prisionero que ahoga. Un regalo envenenado.

La extraña coincidencia es que hoy me haya levantado de la cama precisamente así. 14 de Febrero. Día de San Valentín. Un día en el que comercios y corazones estallaran pletóricos.

A los que la memoria les juegue una mala pasada, discutirán e incluso encontraran la excusa perfecta para romper una relación en la que el lazo, colgado del árbol, espera servir de soga para estrangular las dudas. Otros lo utilizaran para sopesar el grado de cariño, y los de más allá para llorar emocionados ante un mensaje, una carta, una mirada, una frase o un abrazo.

Tengo que reconocer que envidio profunda e insanamente a los enamoradizos que elevan a la altura del endiosamiento a la querida de turno para después lanzarla a los infiernos de tridentes y quemaduras indiferentes al remordimiento; con solo girar la cabeza, se ilusionan de nuevo. ¿Dependerá esa “cualidad” de su memoria? ¿Esa capacidad es un don?

No hay día para celebrar el amor, porque el amor vive en ti…, si existe. Se siente o no se siente.

Esta frase tan tonta que digo desde siempre, resulta que ya salió de los labios de una escritora hace muchos años. Como veis, todo está inventado. Lo único que no cambia es que cada año encontramos las palabras, siempre diferentes, y les damos un toque de frescor, de ilusión; una vuelta de tuerca que fortalece el lazo que nos arropa y huele a nuevo, a exclusivo, a invento y a inventor. 
El invento de la onomástica es más sencillo y evidente; solo trata de recordar a los afortunados,—porque estamos obligados a olvidar para seguir recordando—, que no debemos olvidar.

En un mundo que olvida la noticia antes de que se haya confirmado, en el que homenajeamos el día de la hipnosis, el ascenso en globo, el cometa, la nieve, los pingüinos, el sándwich, el saxofón o el shopping, ¡porqué no celebrar un día al amor…!

No creo que sea un tópico. Hoy será un día esperanzador. Durante algunos segundos pensaremos en la palabra amor. Da igual si así no tiene sentido, agítala; roma, mora, ramo, armo, maro (localidad de Málaga). Juega a «Apalabrados» con el día…
Por desgracia, por más que lo intento,  no consigo encontrar otra combinación. Rojo, es rojo.

Disfruta tu día de San Valentín. Es hasta lógico obligar a recordar lo que no deberíamos olvidar; el amor es un regalo. Intentaré consolarme con el rojo del lazo.

Mar Martínez

@marprojo

“Hay tantas formas de amar como momentos en el tiempo.”

Jane Austen

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: ¡¡!El contenido está protegido!!