El Arca perdida
La vida es eso. Tropezar, saltar, caerse, levantarse y caminar. A veces, al recordar (pasa de nuevo por el corazón), aprendemos que está llena de estaciones y de pasajeros que esperan subir al tren. En el peor de los casos, se arriesgan a saltar y caer entre las vías, pero mientras dura el salto, ahí, en todo lo alto, flotando entre nubes de deseo, expectativas, emoción e imaginación, nada puede compararse a la explosión de sentimientos encontrados que les embarga el alma, ni nadie puede sentirse más dichoso que el que experimenta esa sensación. Aprietan con tanta fuerza el billete del vagón de primera, ese del primer amor, que se sienten los afortunados poseedores del premio. Clavan las uñas en la palma, aprietan los dientes y se restriegan los ojos diciendo: no puede ser, no puede ser cierto,(se dicen para tus adentros) que esto me esté pasando a mí…Contigo…Ahora y aquí…
¿El riesgo merece la pena?, ¿y si saltara del vagón?
La valentía de experimentar lo desconocido les atrae como el canto de sirenas, aún sabiendo que nada es para siempre, ¿o no?
Y es que el amor se va endureciendo con los años, encalla como un barco varado entre arrecifes de realidad. La isla del tesoro existe, pero no hay mapa que señale la dirección exacta, la cruz y la cara de un beso ardiente, de una caricia disfrutada, de escarbar entre la tierra con las manos para encontrar el arcón, o mejor dicho el arca de la Alianza. El cofre que de alguna manera todos buscamos y que encierra los Diez Mandamientos particulares del amor: comunicación, confianza, respeto, proyectos en común, no ejercer el control; compartir, comprometerse, tolerar, ser independientes, generosos, sinceros, y sobre todo, saber valorarse y valorar.
Son más de diez, yo diría que bastantes más, tantos, como las personas que buscan en las tablas escondidas en el cofre, que como la caja de Pandora, con el tiempo, desata mil tormentas y tormentos.
La fiebre del oro, la llama ardiente, el tótem divino, el santo grial de los que creen que el universo confabula para empujar la nave con las corrientes del aliento hasta su playa. La isla perdida que todos creen descubrir, en la que clavan la bandera de los sentimientos huérfanos.
Y es que el mundo gira y gira, gira y gira, y al volver de las estaciones, se llega al mismo mar, porque nadie es descubridor de lo que no ha buscado, ni nadie es creador de lo que ha encontrado, a veces, por casualidad.