El peligro de estar cuerda
A través de un “rastreo detectivesco”, la autora reúne en este libro una colección de coincidencias literarias. Cargado de anécdotas y referencias, juega con el lector. No sabemos si pisamos la realidad literaria o somos marionetas en manos de la realidad ficticia y paralela que imagina. De cualquier forma, me siento identificada con El peligro de estar cuerda (verso de E. Dickinson). Publicado por Seix Barral, este libro de Rosa Montero ha resultado ser todo un descubrimiento. Y digo bien, porque tenía prevista su lectura más adelante. Acababa de terminar Las uvas de la ira de Jon Steinbeck, cuando por casualidad, me topé con un Twitter de la editorial Zenda sobre un concurso. Había que recomendar un libro escribiendo una reseña literaria. Me puse a ello absolutamente excitada porque desde hace “muchos libros”, ninguno había conseguido que, con solo una línea, me quedara sin palabras. Para mi desgracia, me concentré con tanto entusiasmo (casualidad) que leí demasiado aprisa las bases, y ese maldito despiste que me persigue como un velo invisible(coincidencia), amén a la referencia de que Steinbeck necesitara del alcoholismo creador, me dejó fuera de concurso antes siquiera de concursar; el libro quedaba fuera del siglo actual (1939).
A partir de ahí, las casualidades me llevaron irremediablemente hasta este libro. Con un dominio excepcional de la lengua y un lenguaje exquisito, se apoya en artículos científicos de neurólogos, psiquiatras y psicólogos; en testimonios de autores, ejemplos y anécdotas para intentar confirmar la hipótesis de la relación entre creación y locura. Un enunciado verificado si tenemos en cuenta que se apoya en multitud de pruebas. No es un «razonamiento motivado». Como un conejillo de indias se expone generosamente e intenta, lejos de justificar un argumento sin sentido, corroborar la máxima de probar empíricamente ese punto de locura que diferencia a las personas creativas ,y que relaciona (pintado con un barniz de normalidad), con las estigmatizadas enfermedades mentales o el suicidio; eso sí, solo en el punto en que creatividad y locura coinciden, y en algunos momentos, se tocan.
Desmenuza los entresijos de ese fondo oscuro del que todos huimos, porque en el fondo, nadie quiere entrar en la habitación a oscuras cuando tiene miedo, aunque muchos veamos la película de terror con los ojos cerrados.
Diría que es un “estudio” pormenorizado y documentado, avalado por un estilo, a ratos cercano, que nos permite sentirnos cómplices de sus desvelos y miedos, y a ratos, técnico y distante; compatibilizando a esas dos personas que conviven en el interior de un escritor y que espolean la creatividad, pero que también se disocian indiferentes o empáticos, muchos atraídos por el alcohol, los barbitúricos o las drogas; otros, solo son producto de la genética. Esas musas atraídas precisamente por la alteración, son las que, sin querer, los distancian del mundo. Por eso, los locos no quieren dejar de ser locos.
Somos una consecuencia del pasado, que cuando no es amable, como el cable transmisor del miedo ante el paso del tiempo y la muerte, apaga la vejez si no mantienes el espíritu intacto. La palabra nos aparta del mundo, y es el nexo de unión con él, porque con las palabras danzamos a un mismo ritmo.
Esa inmadurez (que muchos compartimos), es el síndrome de Peter Pan con el que volamos y convivimos después de comprender que es fruto de nuestra naturaleza; se acepta entendiéndola como la propiedad esencial que nos conforma y que es inherente a uno mismo. La lucha interna golpea las ideas aturrulladas contra las paredes de la química o fluyen dejándose llevar por las emociones en ese entorno que, a veces, no comprendemos. De nuevo ese cableado nos conforma y regula. Y lo curioso es que parece un autorretrato de lo que muchos autores consideran sus grandes defectos: hipersensibilidad a las críticas, falta de memoria y creatividad exagerada. Ese es el problema; cuando la imaginación te saca a empujones de la realidad y te quedas ahí, en la extraña nebulosa, hasta que regresas de esa realidad paralela que levantas en cuestión de segundos. ¿Acaso no contemplamos la realidad de un instante mágico detrás de la cámara para inmortalizarlo? El escritor dibuja con palabras. Se ayuda de la muleta de las letras.
La Ley de la serialidad, esa ley de la casualidad que atrae hechos, formas, personas, objetos o situaciones semejantes, me han llevado a adelantar la lectura de este libro para descubrir por casualidad que quitando un poco de vaho al espejo, casi me refleja. Muchos de los elementos esenciales en los que se inspira se encuentran en el libro El genio y la locura. Todas las condiciones que plantea a lo largo de los capítulos crean la tormenta perfecta, la suma de los factores propicios para gestar un libro redondo, entretenido, cercano, aleccionador, sincero, razonado, con mayor o menor acierto, pero razonado; y sobre todo, ingenioso y empático.
Seguro que cuando lo escribió, las conexiones que le rondaron la cabeza en ese momento oceánico, como el ojo perfecto del huracán de la tormenta, la iluminaron; porque es un libro con la intensidad necesaria para coser a escobazos a la musa malvada; la que te dice que no puedes o que no sabes. Esa que nos ataca sin piedad a muchos…
Las claves, como dice la autora: perseverancia, entusiasmo y vitalidad, deben controlar en todo caso a la emocionalidad que termina matando la palabra.
De nuevo hago referencia a una parte de la reseña excluida de antemano: “Porque hay libros que se beben aprisa[…] solo importa el desenlace; en otros, cuando sales a la carretera, lees despacio, no aceleras el viejo motor; es más, miras por la ventana el paisaje que dejaste atrás; sabes, que al margen de la sed o del cansancio, disfrutarás del viaje”.
Yo he disfrutado con Rosa Montero, de la sana locura de las personas que se dedican a crear, incluso mirando el mundo del revés o boca abajo, y leyéndolo, me he sentido más “normal”.