Las estrellas de la ilusión
Que sencillo es pasear por los días con un objetivo que no va más allá de la verja de la cotidianidad: Un partido de fútbol, la final de un programa, un fin de semana loco…
Para los que somos «difíciles» es más complicado. En algunos aspectos me he estancado en la pubertad de la mirada. Contemplo la vida bajo un prisma que centellea en demasiadas direcciones o me río ante un chiste que solo a mí me hace reír. Lloro con el corazón pellizcado ante una noticia que otros acompañan con un bocado o un buen trago para digerir con indiferencia este desastre que ,a veces, es la vida.
Para consolarme me gusta mirar arriba, al cielo. Es un tic que repito inconscientemente cada cierto tiempo; unos segundos en los que me recargo de fuerza y sonrío.
Porque miro al cielo y no soy capaz de distinguir la estrella que dejó de brillar entre tanto universo. ¿La miró alguien alguna vez? ¿Se sintió acompañada?¿Le pidió alguien algún deseo?¿Estuvo habitada?
Y entonces, un extraño temblor se apodera de mí, y me asusta pensar que entre tanto encierro y restricción solo me sienta libre mirando arriba desde la esquinita de este balcón interior que me liberó en las semanas de confinamiento.
Sonrío inevitablemente porque mi rayo de luz vive ahí arriba, lo veo de noche y de día, allí lejos, en el fondo de esa densa oscuridad. Ese rayo que unos días solo vislumbro y otros se pierde entre tanta inmensidad.
Esa estrella se acerca ¿Será porque se acerca el día? ¿El de los zapatos? ¿El de la ilusión? ¿Esa que busco todos los días ?
Cierro los ojos un instante, el tiempo justo para pedir un deseo a esa estrella que se acerca¿?
La de volver a mirar unos ojos y ver en el fondo las mil galaxias que se esconden dentro. La de volver a creer en que no importa cuando empiece o termine el mundo ; porque en ese momento, en ese segundo imperceptible que detiene el tiempo, ahí no existen los miedos; porque en ese momento nada, ni la nada, existe mas allá de tus pupilas y nuestro exclusivo universo.