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Los libros tienen mil dueños

 

 

 

 

Tenía sus libros de cabecera, esos que guardaba como un tesoro y releía cada cierto tiempo. Conocía el texto, las obligadas paradas, el momento exacto del suspiro, el instante en el que cruzaba el umbral de la consciencia para sumergirse en la historia. Se calzaba sus zapatos , besaba sus besos y lloraba sus lagrimas.

A pesar de los años despertaba a la sonámbula que deambulaba a la espera de revivir de nuevo la emoción como el primer día. Aquel día leyó el párrafo como siempre , siguiendo el trazo de cada curva, cada línea ascendente y cada caída. El recorrido de las palabras ya no hablaban. Ante sus ojos se deslizaban en braille mudo una serie de garabatos que describían el ondular interminable y sinuoso de letras ensartadas.

Las compañeras fieles que buscaba en los días en los que necesitaba ,como el hambriento las migajas para saciar el hambre y continuar el viaje ,en los buenos y malos momentos, pero siempre acompañada; esas líneas que bailaban al compás de unas pupilas que se iluminaban como neones en una feria de emociones y desprendían la luz de la mirada, el calor de un abrazo, la humedad del encuentro, ahora callaban.

Y ella como el confesor , intentaba escuchar con fe las palabras sanadoras; buscaba la mirada amiga que intuía y se obligaba a tragar la pastilla, letra a letra, hasta calmar el ansia. Un capitulo, dos, tres; una página, otra página… Una agnóstica biblia de verdad que releía y repetía como un mantra.

Con los años descubrió que las letras capitales de algunos la confundían con su hermosura y sus ribetes, con las florituras y colores copiados de los incunables de verdaderos maestros de la escritura ¿Hablaban en la misma lengua y en distinto idioma? ¿Seguro?, ¿no era otro?

Ahora solo describían ese ondular interminable y sinuoso de una corriente de trazos mudos. Y es que a veces las palabras hablan, chillan, queman y arrasan. Muerden, besan y aman.

Con el paso de los años, algunos libros nos acompañan. Amarillentos, gastados, arrugados; imprescindibles y necesarios, con sus páginas marcadas doblan la esquina del corazón para recordarnos que el tiempo pasa, pero que siguen ahí, como el placebo que conociendo la historia, el momento exacto del suspiro y la parada obligada, los necesitamos para volver a sentir lo que guardamos en los capítulos en los que cerramos los ojos un segundo y abrimos la sonrisa del alma. Algunos le llaman “estilo”, yo diría que es algo más, porque utilizando las mismas palabras, depende de quien las escriba o del monje que las copie dibujan un camino hacia la vida y la pasión, o hacía la nada. Esa es la diferencia entre escribir utilizando la imaginación, o abrir el corazón y dejar que leamos lo que encierran en su interior.

 

 

 

 

 

 

Mar Martínez

@marprojo

«Necesitamos libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos mas que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros».

Franz Kafka.

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