Mi Italiano
No hemos inventado nada. Las relaciones que ahora creemos novedosas o transgresoras no son más que el mismo perro con otro collar. La manera física de relacionarnos tampoco admite infinitas combinaciones.
En la antigüedad, los griegos distinguían entre distintos tipos de amor : Eros, Ludus, Storge, Manía, Pragma y Ágape. La Biblia se hace con cuatro y los resume en el amor romántico, familiar, fraternal y divino de Dios.
En Roma, las famosas bacanales en la que se mezclaban esclavos, nobles, hombres y mujeres libres o miembros de la nobleza patricia y plebeya, no fueron perseguidas por el sexo en sí, sino por la profanación sexual perpetrada sobre cuerpos amparados o protegidos por el derecho. Era lícito gozar con esclavos o libertos, concubinas y cónyuges, pero no con mujeres vinculadas a otros ciudadanos romanos.
En el 3000 a.c. , en la civilización sumeria , se describe a los “assinu” ( hombres útero) como sacerdotes-cantores que describen prácticas homosexuales. Y en la Grecia clásica, en Atenas se i introducía a los jóvenes en la sociedad adulta a través de prácticas homosexuales , aunque debido a su organización en ciudades estado, la forma de gobierno , la legislación o la concepción social , esta variaba en cuestión de kilómetros de una a otra. Sin embargo no estaba tan bien visto el amor homosexual en adultos.
En Esparta, y sobre todo en Tebas, la unidad de elite del Batallón Sagrado, la formaban 150 parejas de amantes masculinos; según decía Plutarco, la unión de los amantes aumentaba su capacidad combativa.
El concepto homosexual y heterosexual no fue acuñado hasta el siglo XIX por Karl-Maria Kertbeny, escritor austriaco gay que tuvo que esconder su identidad de género. Incluso en Atapuerca, en la cueva de La Marche, se muestra lo que parece ser un cunnilingus.
Los prostíbulos no eran ilegales, ahora tampoco. La ilegalidad radica en obtener beneficio económico de la persona que venda su cuerpo, o en contratar una persona para que lo venda.
Hoy creemos haber inventado términos, como trieja, poliamor, o pareja flexisexual, pareja fatua, swingers, parejas hÍbridas o románticas. En todas y cada una de ellas hablamos de la forma física de relacionarnos. La reflexión que me obligó a buscar sobre las relaciones humanas parte de un diálogo entre dos mujeres. No he podido evitar detenerme. Nazaret y Elena conversan con dos hombres, Zocas y Alfaraque. Hablan sobre la manera en que entienden el amor.
Mis queridas Nazaret y Elena, comparto la esperanza de ese amor. La puñetera vida se encarga de rematarlo con la flecha envenenada o el beso de Judas. La desilusión ataca por igual ,y si nos invade, no nos salva el dinero ni la comodidad. Las trampas de la vida acechan, porque eso es la vida, un camino con final.
Mientras dura, en el corazón o en la memoria, no muere. Permanece con nosotros hasta el final de nuestros días, inmortal.
Ese poder, el de devolver la primavera, revolver la cama o caminar en el tiempo marcha atrás, es el antídoto, el agua cristalina que nos devuelve la juventud. Agita el espíritu, y nos dota, como a los dioses, de los poderes invencibles de caminar entre las nubes o sobre las aguas.
¡Cómo no confiar!
Vivir por vivir sin sacar la lengua y paladear la vida es como chupar un trozo de hielo insípido y frío.
Esa comunión de un amor apasionado , que en el fondo , todos buscamos en la película, en el libro, en el paisaje de unos ojos, es el que todos esperamos. A veces leemos con rapidez la descripción del escenario para correr a sentarnos en primera fila y sentir la caricia o escuchar el gemido; en definitiva, para leer entrelíneas y recrear el momento como un voyeur escondido tras los ojos del cuadro o la cortina.
Nada consigue ese efecto. Nada.
Porque no existe la historia sin una guillotina o un veneno por venganza. Te vuelves loca, no razonas. La realidad se transforma.
Otra clase de amor ¿? ¿Pero…No están todas inventadas?
Quiero compartir esa otra manera, diferente, esa que nosotros inventamos. La de hablarnos sin escuchar la voz, la de sentir tus manos en mi espalda acariciando mi piel, escribiendo con cada arañazo sutil las frases que tengo que descubrir sin sentir como me apuñalan.
Es difícil de comprender. Es otro tipo de amor, uno más, nada más. Uno de la larga lista que evoluciona con el tiempo siendo el mismo. El amor invisible, el que no necesita del tacto.
Ese amor solo lo conocemos nosotros; es exclusivo y diferente. Un amor que se refugia en el silencio, en la cercanía— que sin verte—, sonríe porque sabe que existes. Me pertenece y te pertenece; y desde la complicidad de saber que no necesita patente, lo protegemos como el más preciado tesoro, único.
Quién niega el amor que hace oír campanas y pajaritos, empuja al abnegado sacrificio, la ansiedad de la espera, la embriaguez del abrazo, la angustia de la desesperación, o niega el amor de corazones atravesados por flechas y lo convierte solo en una combinación de elementos químicos con un efecto limitado hasta que llega el antídoto del hastío; quien niega que los rescoldos entre cenizas no dan calor y luz; quien niega que los pétalos de la flor entre las páginas secas de un libro no desprenden pasión, es que no ha conocido el amor.
El amor que te transporta en el tiempo, el que vive en la cabeza de Elena después de proyectar todo lo que ha leído y visto. El que mezcla con sus inquietudes, sueños, deseos, alegrías y tristezas para crear la pócima perfecta, y una tarde cualquiera en la playa junto a su perro, en un paseo rutinario encuentra a un hombre enterrado en un traje de buzo, casi muerto, y sin saberlo , al poco tiempo lo reconoce. ¡Es él! Ese hombre que ha traído la marea. En el que descubre, empujada por la costumbre, la amistad que les llevara al afecto, y de ahí a descubrir que su corazón acelera el ritmo como la espoleta del torpedo para escuchar de nuevo los estallidos del amor en el casco varado de su puerto.
Ahí es cuando te descubres, porque aunque Pepe Alfaraque y Zocas con sus chanzas e ironías muestran el rostro impertérrito de una reportero cansado, sigues creyendo en el amor, las contradicciones te delatan. Elena encuentra lo que no buscaba, esa clase de amor del que no se habla. Ese que me trajo la marea, el que me esperaba a los pies de la arena bañado en los ojos verdes del mar, el que me descubrió el amor romántico que yo creía extinguido. El que ardía en el puerto sobre las aguas , el que no apagaba ni las olas. Otra clase amor. Uno sin nombre, desconocido como el buzo.