Una noche en el cine
Era de noche, la oscuridad ocultaba mis temores y también mi desazón. Caminaba a solas, deprisa, temerosa; quizás por la falta de costumbre.
Iba a ver una película. En el fondo daba igual cuál, solo necesitaba respirar. La noche cálida y la brisa leve me acariciaban y me acompañaban en mi paseo. Disfrutaba del sabor de la vida.
El brillo de la luna en la corriente del río casi me deslumbra; puede ser que fueran los faros de los vehículos circulando, con la necesidad de verme a salvo no reparé en los detalles.
Cuando sentí el bullicio, también sentí la compañía que necesitaba. Iba a ver Gravity.
Omitiré los detalles sobre aquellos que van al cine más que a disfrutar de la película a hacer cualquier cosa: comer, absorber más que beber, o contestar al móvil.
Conseguí centrar la atención en el espacio. El vacío. La falta de gravedad. La respiración ansiosa y agitada de la protagonista. Su miedo, soledad y debilidad, y en ese momento justo sentí un pellizco en el pecho porque era yo la que flotaba ingrávida. Por suerte, a medida que su capacidad de superación y lucha ganaban a la rendición, empecé a sentirme mejor… ¡Es tan difícil no caer!
Cuando por fin consigue su objetivo-espero no estropear el final-y tumbada con el cuerpo lleno de barro y agua mira a su alrededor arañando con sus uñas el lodo, sonriendo, comprende que ha merecido la pena todo el sufrimiento. Le ha ganado a la derrota y a la rendición; por fin ha superado la pérdida. Comprende que todo ha merecido la pena.
Así necesito sentirme hoy. De vuelta a casa, aún floto sin rumbo en el espacio. Puede ser porque no siento la presencia ni la compañía de aquellos que más necesito.