Once minutos
Aún recordaba a Violeta ( Isabel Allende) cuando comencé la lectura de El amante japonés (Isabel Allende). Intenté recomponerme imaginando Un mundo feliz ( Aldous Huxley) pero Ágata y sus Diez negritos lograron de nuevo engancharme al suspense a pesar de conocer el desenlace. Intente hacer El Intercambio ( Rebeca Fleet) con otro libro y desde ahí , Mientras agonizo (William Faulkner) tengo la esperanza de que el libro de Paulo Coelho Once minutos me resulte una lectura más ligera y veraniega. Craso error, porque comienzo leyendo un libro que narra la historia de la joven María. Una bella brasileña de pechos pequeños, melena interminable y ojos marrones. Una joven de 21 años que cuenta como desde la niñez, la indecisión por un lápiz en el colegio frustra para siempre la experiencia del primer amor. El silencio, termina con el sueño antes de comenzar. Desde entonces, se debate entre la búsqueda del arquetipo de la felicidad; un futuro seguro, con tres hijos y un marido que complete la existencia triste y desencantada del amor, frente al amor profundo, romántico.
En su mundo conocido descubre su cuerpo a través del boca a boca de muchachas tan inexpertas como ella. Parte hacia Río de Janeiro y descubre entre fallidos intentos de orgasmo que los hombres no le aportan nada, y a partir de ahí, la cena con un extranjero y la promesa de un trabajo fácil como bailarina en la aburrida Europa la lleva a tumbar su mundo. Descubre el dinero fácil prostituyéndose en un bar de lujo en Suiza, y pasa a concentrar su tiempo entre paseos, la biblioteca y un bar.
A partir de esa vida anodina descubre lo más interesante. No se conoce, ni conoce sus límites. Descubre a través de sus clientes que lo que creía sus limitaciones y frenos también forma parte del mundo. No está tan sola. Descubre el deseo intacto, el deseo en estado puro ; sabe que lo inevitable se manifestará, porque lo verdadero, siempre encuentra una manera para manifestarse. Y cuando los cuerpos empiezan a hablar el lenguaje del amor encuentran el sexo. Ese hombre que encuentra por casualidad, es el que le ha devuelto el alma.
Ese primer deseo prohibido, escondido, no permitido, puede ser esa mitad perdida, que describe Aristófanes como el origen del amor entre hombre-hombre, hombre-mujer o mujer-mujer.
Cuenta Platón en su obra El Banquete como Aristófanes decía que la raza humana al principio era casi perfecta. «Todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción». «Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses».
Al enfrentarse a Júpiter este decidió separarlos en dos. «Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con ardor tal que, abrazadas, perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra»
Algo los atrae, y es preciso creer que aquello que están viviendo es verdad. Pero no con la necesidad de perder su identidad; con un deseo libre , suelto en el espacio, vibrando, llenando la vida y humedeciendo el sexo. El deseo es la fuente de todo . La necesidad de prosperar la sacó de su tierra, y la llevó a descubrir el sexo masoquista, convenciéndose que hasta ese momento no había conocido el placer. En el proceso llega a comprender que quién es capaz de sentir, sabe que es posible tener placer incluso antes de tocar a la otra persona. Las palabras, la mirada, todo eso, contiene el secreto de la danza. Y Todos hemos danzado alguna vez cuando nos dolía la espera, o puede ser que solo algunos privilegiados hayamos sentido como se humedecía el cuerpo observando a la persona con la que siempre habíamos soñado. Sabes que esa energía sexual sucede antes que el propio sexo, porque el mayor placer no es el sexo, es la pasión.
En el fondo, María espera el final de érase una vez… mientras hace tiempo en el aeropuerto que la llevará de vuelta a cumplir con el objetivo marcado. Comprar una hacienda, ayudar a su familia y casarse con el dueño de la tienda de tejidos que ,antes de partir, le había declarado su amor.
La muchacha insegura y solitaria que ha aprendido a callar, a escuchar, a regalar a los hombres lo que necesitan, no olvida que desde la libertad en la que ha decidido amar antepondrá la meta que se propuso, porque si no lo hiciera, se apartaría del objetivo y pasaría a cuestionarse el sentido de la mentira vivida.
Una historia llena de inseguridad, miedo y soledad; reflexión, descubrimientos y aprendizaje. Y en ese viaje olvida que su diario la acompaña fielmente. Y ese diario es ella, con la que se va reconciliando con el paso de los meses.
No resulta difícil compartir con la historia el concepto de amor, porque el amor no se posee, se siente o no se siente, y se vive desde la certeza de que la realidad puede traspasar unas palabras, y la mirada puede reflejar la Luz que todos desprendemos. Precisamente por eso, nos deslumbramos o somos incapaces de percibirla a veces. Y es curioso que ese ramo de rosas rojas que le regala me ha acompañado desde hace mucho tiempo. El romántico ramo, manido y estereotipado que después de tantos siglos seguimos viendo como el culmen del amor. Lo cierto es que la conclusión a la que llega, “y si nada me pertenece, tampoco tengo que perder mi tiempo cuidando cosas que no son mías; mejor vivir como si hoy fuese el primer (o el último) día de mi vida.”, le permite correr el riesgo porque a fin de cuentas es el destino el que escoge.
Sin embargo, ninguno olvidamos el lápiz, la flor, la canción, el poema, el roce de los dedos, la mirada entregada, la química que impregna la certeza de que perteneces y pertenecerás por siempre a ese alguien incluso con el paso de los años o en su ausencia.
Ralf pinta con los ojos llenos de luz el principio incómodo de lo inesperado, y ella, con el miedo dibujado en la línea que cierra sus labios a cal y canto, es incapaz de gritar lo que siente. Las experiencias vividas han ido acallando la espontaneidad de esa niña que dejó escapar su primer amor.
El libro es humano, romántico (sin rozar la ñoñería) e invita a la reflexión. Es la historia de como la vida te lleva de la mano ,o a empujones, por caminos, senderos y barrancos. Es una historia real sobre la valentía de conocer y conocerse.
A María le bastan once minutos para llegar a la conclusión de que ese es el tiempo que necesita para satisfacer a los hombres. Otros dedican su vida a la búsqueda de ese amor que desean revivir a toda costa; ese que pasa por delante un instante, con el que se dan de bruces, pero son incapaces de reconocer o retener. Reencontrase con la intención pasa por releer este libro y reconciliarse con ese recuerdo que ,con toda seguridad, hemos guardado entre líneas en el diario de a bordo del corazón.