Por amor al arte


¡Como es la vida!
Si hay algo imperecedero y mágico, es la capacidad de mirar al interior y viajar en el tiempo. La memoria necesita del olvido, y con el tiempo, arrastra como la lluvia las hojas secas y el polvo. Todo lo que no pesa se evapora en la sequía del recuerdo. Pero aquello que se aposenta como las capas que forman el origen del mundo y de la tierra, soportan el frío, la intemperie, los años, la vida y el tiempo. Y son esos recuerdos, esas vivencias; ese palpitar; esa emoción; esa nostalgia; ese dolor, (porque también los hay que arrancan la piel y se quedan ahí, agazapados para que no los encontremos y los expulsemos del paraíso), los que reviven, como al cataléptico, al niño que llevamos dentro para bien y para mal.
Cuando afloran, pataleamos, nos tiramos de los pelos, afilamos los ojos, maldecimos o nos dejamos llevar, como el vapor que me envuelve ahora mientras me ducho…, al cielo. Sacan lo mejor y lo peor de nosotros. Limpian como el agua el polvo aposentado por el tiempo, porque ahí no existe el presente ni el pasado, ahí solo importa el verbo; la palabra que suena con la misma frescura y apuñala o abraza sin permiso, a destiempo. Es como cuando ves una y mil veces la misma película o lees el libro que te emocionó y revives la felicidad o el dolor en ese juego atemporal con la misma intensidad. Incluso existe un futuro imaginario que puedes alejar a placer cuando cierras la página del libro o detienes la película antes del “the end”. O cuando terminan los 8,54 minutos que han durado las dos canciones que el azar ha querido que sonaran mientras el agua caliente y vaporosa caía sobre mi cuerpo, renovaba la magia y detenía todo por un momento.
En ese momento hasta somos capaces de inventar el tiempo verbal que faltaba, el futuro que flota en nuestras manos. Somos dueños de nuestros sentimientos más profundos. Los que no están corrompidos por todo lo que lo empolva la vida.
Me encuentro conmigo, desnuda, frágil y vulnerable. Me encuentro con la vida y sus habitantes, con la mentira, con el despecho. Con la cobardía y el orgullo, y a medida que el jabón resbala por mi cuerpo, me voy encontrando con el perdón, con el hoy, con la tranquilidad, con la paz interior, con la comunión de mis pecados. Me voy limpiando de esos pequeños parásitos arrinconados que han salido de su escondite para intentar que olvide que en medio de los dos extremos, justo en medio, me encuentre con mis sentimientos y con la música que juega conmigo a esos viajes en el tiempo. Esa música que por amor al arte, me devuelve el disfrute de lo bonito, de lo puro, de la inocencia, de la credulidad, de la confianza, sin buscar ni esperar a cambio, a nada ni a nadie…